Hace algunos años Karina Pinasco y su familia decidieron defender un retazo de bosque amenazado por vacas y escopetas. Hoy, ese territorio es un ejemplo de biodiversidad y tiene celosos guardianes.

Jorge Fachín, ingeniero ambiental y mi guía en el increíble universo de JuanJuí, me dice que no falta mucho para llegar a Pucunucho. Sonrío y replico su verso sin esfuerzo, recordándole que ese viejo truco ya me lo sé, que ese aquicito nomás anda medio devaluado.

Sin embargo, Fachín tiene razón. Sólo han pasado 15 minutos desde nuestra salida del hotel en pleno corazón de Juanjui, y ya estamos cuadrados frente a lo que parece un bosque enmarañado y desde donde salen ruidos, gritos y cánticos ininteligibles para un oído habituado al estertor de combis y jaladores de chucherías.

Fachín no puede avanzar más. Dos vacas rechonchas y chúcaras se resisten a las órdenes de su amo y nos han bloqueado el paso. Tenemos que caminar un pequeño trecho antes de ingresar a Pucunucho, el área de conservación privada que ahora luce frondosa y exuberante, pero que hace unos años era apenas un pastizal sin gracia, un campo de forraje sin más vida que el mugido de vacas lecheras.

Son 23 hectáreas de bosques, lagunas, ecosistemas y 2 quebradas. Un piloto de sostenibilidad digno de imitar. Foto: ACP Pucunucho

Nos recibe Julio C. Tello. El homónimo del arqueólogo es un enjuto ingeniero ambiental que parece más un hipster limeño que el curaca y encargado del área. Sin embargo, cuando habla se le sale un zoológico entero. Julio tiene incontinencia por tanto orgullo contenido. Nos cuenta que estamos en lo que se denomina el corredor de los monos tocones, que si tengo suerte en un rato los veré atravesar la zona de conservación y meterse al otro lado en busca de alimento.

“Uy, esto es otra cosa. Antes de 1994 solo había unos cuantos árboles y lo demás era terreno para las vacas. Ahora, después de años aplicando prácticas de manejo, restauración de paisajes y gestando un clima propicio con flora endémica, se ha generado un espacio de vida, un refugio para una fauna diversa que estaba en peligro de extinción por la caza y la ignorancia”, sostiene Julio mientras subimos una cumbre muy empinada. Yo sufro, él habla, recuerda, da pasos agigantados y vuelve a hablar.

Monos endémicos de San Martín. Los Tocones viven en grupos de 3 individuos (madre, padre y cría). Foto: ACP Pucunucho

Monos a la olla

Aunque muchos no lo crean, hasta hace poco había gente que cazaba monos para comérselos. Y aunque detrás de su enorme pelaje, los tocones no tienen mucha carne, igual nomás eran víctima de los dardos y  los escopetazos impunes. Estuvieron a punto de desaparecer. Pero gracias a Dios y el trabajo de este pequeño, pero efectivo equipo de ambientalistas, la realidad es ahora otra.

“En Pucunucho tenemos el orgullo de tener 27 monos tocones. Son monos pequeños y muy peludos que encontraron refugio en las 23 hectáreas que contempla el área protegida. Ahora la gente no los caza, ni a ellos ni a los pajaritos. Ni a los reptiles ni a los anfibios. Parecen estar más sensibles con el tema”, suelta Julio, pero lo que no me dice es algo que yo ya se: la gente aprendió a cocachos que no debe matar animales ni meterle motosierra a los árboles.

Sí, en el 2005, cuando el cielo decidió no soltar por meses ni una sola gota de agua, y las quebradas se secaron en semanas, Karina Pinasco (directora de Amazónicos por la Amazonía) y su familia decidieron levantar las trancas y permitir el ingreso de los vecinos incrédulos a Pucunucho. De todas las quebradas sólo Pucunucho y Mangapaquina no se habían secado.

La gente agradeció el agua con ave marías, pero otros, menos religiosos y más terrenales, hasta ofrecieron gallinitas como regalo ante tremendo gesto solidario. Sobre todo con ellos, que hasta hace unos meses criticaban a los Pinasco y su locura de cuidar árboles y preservar especies. Entendieron, gracias a la ira de Dios o la secuela del calentamiento (depende del ojo con que se mire) que había que cuidar la tierra, la naturaleza. Que si no paraban la mano, se les secaría la boca.

Los shanshos (pavas hermosas) tienen su propia laguna en el área. Foto: ACP Pucunucho

Ahora, el Área de Conservación Privada (ACP) Pucunucho, ubicada en Huayabamba, distrito de Juanjuí, provincia de Mariscal Cáceres, departamento de San Martín (al costado de vacas gordas y desde donde salen gritos indescifrables) es a todas luces un ejemplo de conservación y emprendimiento. Un faro ecológico que dice que sí se puede, una muestra de perseverancia y una apuesta por el futuro a pesar de la agricultura invasiva. De hecho, es territorio de numerosas investigaciones sobre fauna y flora, comportamiento de animales y recursos hídricos.

Y los resultados de tanto nadar contra la corriente ya están a flor de piel. Hoy, las quebradas de Mangapaquina y Pucunucho están totalmente recuperadas y el caudal del agua ha vuelto a dejar de ser anoréxico. El mono tocón retoza sin riesgo de balas o dardos en su pelaje, los perezosos no se apuran, los shanshos (una especie de pava hermosa) tienen su propia laguna, los reptiles zigzaguean en cámara lenta, y decenas de variedades de aves menores posan como para la foto porque saben que ahora el Big Global Day también se celebra en Pucunucho.

Todos andan, por ahora, felices y contentos. Yo escucho a Julio C. Tello como rezonga emocionado de sus sapos y pequeñas culebras, como calla para señalarme por donde andan ahora los tocones traviesos, y ese entusiasmo me sobrecoge. Creo que es tiempo de abandonar la ciudad y volver a la naturaleza. ¡Larga vida a Pucunucho!

 El dato

¿Cómo llegar? Para llegar al ACP Pucunucho se usa la carretera Juanjuí – Tocache en un recorrido que dura 10 minutos en auto. Luego se entra a un camino afirmado y tras una caminata de 5 minutos uno llega al paraíso.

Fuente: RUMBOS de sol y piedra

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