En Loreto, una mujer es la cabeza de su comunidad y la compañera en jefa de un área de conservación que hoy es tomada como modelo

Emma Tapullima debe pertenecer a una estripe de mujeres venidas de otro mundo, de algún planeta temerario donde el miedo es una palabra devaluada, donde la pena no encuentra recodo y las ganas siempre están dispuestas a dar batalla.

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La locura de la fiebre cauchera se la contó su madre. En su morra construyó imágenes a punta de vocales y consonantes sobre la esclavitud de indígenas, la matanza de comunidades y la malicia de capataces mandados traer del caribe por sus dotes para la inmoralidad. Emma no conoció a Julio Cesar Arana, el político bellaco y empresario granuja que depredó el árbol de hule, pero las secuelas de la barbarie humana las vivió en carne propia con otro cáncer: los taladores de árboles y cazadores furtivos.

Su mismo pueblo, la comunidad de Puerto Prado, a 25 minutos de Nauta en peque peque (Iquitos) tuvo que mandar hacer maletas tres veces por culpa de la insania taladora. Tres veces se mudó el pueblo con todas sus casas, costumbres, amores, odios y esperanzas.

Sin embargo, la última vez que se mudaron, las doce familias que conformaron esta comunidad al pie del Marañón, llegaron a un acuerdo: no habría más embalajes. Hasta aquí llegaba la correteadera sin coraje. Decidieron defender sus bosques y pelear con uñas y dientes contra motosierras y machetes migrantes. Esa lucha terca, esa persistencia contra lo que parecía una derrota inminente, fue lo que contagió a sus paisanos.

Entonces entendieron que habían encontrado quien lidere los sueños comunitarios. Emma asumió el mando de la comunidad con la solvencia que le había otorgado su ADN guerrero y con lo aprendido a punta de puro esfuerzo. Pero ahí no quedó la encargatura, conscientes que debían proteger sus bosques, la comunidad inició el 2014 el proceso para que el Estado le otorgue el Área de Conservación Privada Paraíso Natural Iwirati. Y, como tenía que ser bajo el matriarcado de Emma, lo consiguieron.

Los niños del Boni, un pedazo de cielo en la selva. Foto: Martín Vargas

Laureles para la doña

Su espíritu y vitalidad la permitieron desarrollar, además, una serie de acciones en favor de la naturaleza, praxis que el Ministerio del Ambiente decidió reconocer en Lima el 2013 con el Premio Nacional de Ciudadanía Ambiental en la categoría «Tradiciones ambientales».

Y hace poco, invitada por la Cámara de Comercio de los Pueblos Indígenas del Perú y Amazónicos por la Amazonía (AMPA), participó como ponente en el foro “Mujeres indígenas y emprendedoras”. Y aunque su discurso fue pensado en cocama (lengua indígena) la lideresa tuvo que utilizar el castellano para que nadie se haga el desentendido.

Habló de la experiencia del Bosque de los Niños (Boni), de las maravillosas artesanías que elaboran en su comunidad y que los turistas de los cruceros fluviales se llevan a Europa. Contó sobre los delfines rosados que chapotean en el río Marañón o sobre las victorias regias que adornan la cocha de ingreso a Puerto Prado.

Los bosques lucen ahora recuperados, los animales retozan sin miedo al escopetazo y el pueblo mismo ha revalorado su identidad. Ahora luce limpio, pintadito y ordenado.  Es un nuevo Puerto Prado y todo indica que allí, el matriarcado de Emma (una sana dictadura de género a la que nadie parece oponerse) tiene para rato. (Texto: Martín Vargas / Foto portada: Adrián Portugal)

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