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La deforestación de la Amazonia peruana está relacionada con la pobreza de quienes viven en ella; su modo de subsistencia pasa por talar y cultivar. En esta provincia han probado con éxito estrategias para que sea rentable mantener los árboles en pie

En El Sauce, ubicado junto a una laguna de origen volcánico, hay proyectos de ecoturismo y programas de cultivo sostenible de café y cacao para evitar que la población deforeste la selva. 

No es exactamente avaricia, sino el hambre de los campesinos y la gula de los consumidores lo que principalmente causa el avance de la deforestación en Perú. La extensión de bosques de aquel país, que con 68,5 millones de hectáreas es el noveno con mayor superficie boscosa del mundo y el segundo en la Amazonia, no ha dejado de mermar desde principios de siglo. Entre 2001 y 2017 se han perdido más de dos millones de hectáreas y cada año se tala más que el anterior. Sobre todo, para la ganadería y el cultivo de café, cacao, palma aceitera, coco e, incluso todavía, coca. Pero hay una región que ha logrado frenar esta tendencia: San Martín.

La Amazonia peruana, que ocupa el 54% del territorio del país, ha sufrido recientemente la sacudida de un fuerte seísmo de magnitud 8 en la escala de Richter en la zona norte, que ha causado el fallecimiento de al menos una persona y la destrucción de infraestructuras y viviendas. Estas son las últimas noticias que llegan de esta parte del mundo que lleva décadas enfrentando otro tipo de devastación: la deforestación. Y San Martín estaba a la cabeza.

«Era la región más deforestada. Tiene 5,2 millones de hectáreas de territorio y más del 20% estaba pelado antes de que se empezasen a aplicar instrumentos de gestión en 2002», explica Rosa Karina Pinasco Vela, directora ejecutiva de Amazónicos por la Amazonia (Ampa), una organización que asesora a quienes mantienen sus árboles vivos, pero necesitan ayuda para encontrar alternativas de negocio que les permitan tener ingresos.

«La deforestación comenzó cuando se abrió la carretera que unía la región con la costa en la década de los sesenta. Paró un poco cuando había narcotráfico y terrorismo en la zona. Luego vino el boom del café en el 2000 y ahora hay casi 140.000 hectáreas de este cultivo y 90.000 de cacao, que empieza a trabajarse como alternativa a la coca», resume la experta.

Todavía es visible el destrozo. Por los caminos que unen Tarapoto (una de las dos principales ciudades de la región) y El Sauce, localidad a la ribera de la laguna de nombre homónimo, a dos horas y un río en coche sin incidentes, es fácil distinguir las áreas taladas, de un verde más claro que el que proyectan los árboles. Esta es la imagen de un problema más profundo. Los bosques tropicales amazónicos tienen un papel vital en frenar el calentamiento global y en Perú su desaparición es responsable del 50% de las emisiones del país. Los bosques absorben CO2, actuando como un sumidero, pero cuando se deterioran o destruyen se convierten en una fuente, liberando carbono a la atmósfera.

El río Huallaga es uno de los accidentes geográficos que hay que salvar -en una plataforma, no hay puente- para llegar desde la principal ciudad de la región de San Martín, Tarapoto, hasta la turística localidad de El Sauce. En las riberas se pueden observar zonas deforestadas (en verde más claro). A. AGUDO

«Hace años, nuestros padres se introducían 100 metros en la selva y traían animales. Pero el ser humano es depredador y hace que los seres que vivían aquí con comunidades nativas estén amenazados», lamentó el gobernador regional de San Martín, Pedro Bogarín, ante los participantes en la Good Growth Conference(conferencia del buen crecimiento). El encuentro fue organizado en este pueblo remoto a mediados de mayo por la iniciativa de igual nombre, liderada por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que facilitó la logística para realizar este reportaje.

¿Es posible salir de la pobreza conservando la selva? 

Hoy, San Martín es la única región de Perú que cumple con los tratados internacionales en cuanto a la reducción de la deforestación, que ha caído un 50% entre 2007 y la actualidad. La clave del éxito radica, según los expertos, autoridades y organizaciones locales, en un diagnóstico certero de las causas que ha permitido adoptar las soluciones adecuadas a nivel político y social para atajarla. «Ha sido gracias a la suma de esfuerzos de grupos organizados e indígenas», afirma Pinasco.

“Contra lo que estamos luchando es contra una economía ilegal”, explicó Fabiola Muñoz, ministra de Agricultura de Perú, en la Good Growth Conference. El 80% de la actividad agrícola en el país es de pequeña escala (menos de cinco hectáreas) llevada a cabo por productores informales. “Esos son los más resistentes a implementar una gestión sostenible y mantener el bosque en pie”. Esto se debe a que les resulta más rentable talar y cultivar que preservar. Por eso, subrayó la mandataria, “la mejor estrategia es ayudar a esta población a salir de la subsistencia” sin que ello signifique destruir el patrimonio natural. Objetivo: “Que rinda más una hectárea de bosque que una de agricultura”.

En la selva rural hay una mayor incidencia de pobreza que en la media del país. Con un 38,3% de los pobladores del bosque en esta situación casi duplica el 20,5% del conjunto de Perú

«Si una persona pobre tiene una hectárea y la mantiene como bosque, ¿de qué vive? Tiene que convertirla en algo productivo», razona Michele Lettersten, vecina de El Sauce, localidad a la ribera de la laguna homónima, en San Martín. «¿Es acaso posible salir de la pobreza conservando la selva? No hablo de hacerse rico, sino de mandar a tus hijos al colegio o ir al médico si enfermas», continua esta mujer de 66 años, «de sangre sueca y corazón peruano», mientras observa el lago de origen volcánico al que van a dar sus tierras, 150 hectáreas que adquirió hace una década con la intención de recuperarlas y preservarlas.

En la selva rural hay una mayor incidencia de pobreza que en la media del país. Con un 38,3% de los pobladores del bosque en esta situación casi duplica el 20,5% del conjunto de Perú, según los datos oficiales el Instituto Nacional de Estadística e Informática publicados en abril de 2019. Esto quiere decir que su gasto per cápita fue inferior al equivalente monetario de una canasta básica de consumo de bienes y servicios, cifrado en 344 soles al mes (92 euros).

Para que aumentar las áreas de cultivo de soja, palma, arroz, maíz, café o cacao, en detrimento de la masa forestal no sea la única alternativa económica de quienes habitan la selva, organizaciones como Ampa han investigado las otras riquezas del bosque. «Tenemos 162 especies de frutas comestibles y 700 de pescado», dice con entusiasmo Pinasco. En su ordenador muestra una fotografía de una palmera con pinchos. «Se regeneran cada 40 días, así que los estamos vendiendo como palillos para los dientes a restaurantes gourmet de Lima», agrega.

Este tipo de trabajo de análisis de oportunidades, planificación de las actividades productivas y formación a las comunidades interesadas, se complementa con asesoría jurídica. Ampa ayuda a quienes desean proteger legalmente su territorio, bien sea propio, para crear un área privada de conservación; o del Estado administrado por la sociedad civil organizada, para convertirlo en concesiones para la conservación. Unos y otros, cada vez son más. Pinasco lo llama «el efecto contagio». «Los pequeños proyectos van teniendo resultados y provocan un efecto mariposa, algunos se propagan y otros crecen. Y si se suman, benefician a la región», detalla.

Gracias a los esfuerzos de grupos de la sociedad civil organizada, así como de propietarios privados de tierras, los árboles en pie alrededor de La laguna azul, en El Sauce, sobreviven en pie. A. AGUDO

En San Martín hay 35 concesiones que ocupan un 12% del territorio (700.000 hectáreas). En todas, afirma Pinasco enseñando mapas y gráficos, se ha reducido la tala. «Hay 11 que ya han conseguido deforestación cero». Esto es posible porque sus habitantes se han comprometido a ello y tienen otras fuentes de ingresos. Pero también porque, al estar protegidas legalmente, otras personas no pueden ocupar estas tierras públicas para su usufructo, como sí se hace cuando no tienen ningún tipo de calificación (la mitad del total de Perú). Por eso, el objetivo de Ampa, añade su presidenta, es proteger de este modo el 50% de la región. Es optimista.

El valor de las áreas de conservación privadas

«Las áreas de conservación privada no llegan a 50.000 hectáreas. Esta figura es linda porque prácticamente donan su propiedad», apunta la experta. A esta cifra se sumarán pronto, cuando finalicen los trámites administrativos, las 150 de Lettersten y su socio, un médico que planeaba abrir un centro terapéutico en el lugar. De momento, en la finca La Soñada, nombre que han dado a las tierras, hay un pequeño negocio de turismo, el Ecoparque, y unos 80.000 árboles. «Cuando llegamos aquí no había nada más que vacas. Encontramos unas 30 hectáreas taladas para agricultura y ganado», recuerda la dueña. «Lo primero que decidimos fue hacer un jardín de 10 hectáreas».

LA INESPERADA REVOLUCIÓN FEMINISTA EN EL ECOPARQUE

Michele Lettersten adquirió hace una década 150 hectáreas de tierra en El Sauce, una zona turística de la selva amazónica peruana. Víctima de la deforestación, su terreno necesitaba mucho trabajo para volver a ser un bosque. Por eso, contrató a tres decenas de personas para repoblar el lugar. «Cuando llegó el momento del primer pago, vi que el ingeniero agrónomo al cargo había asignado a las mujeres menos salario que a los hombres», recuerda. ¿Por qué? «Porque son mujeres», respondió el capataz. Esa era la única explicación.

Lettersen se negó a pagar menos a sus empleadas, aunque esa fuera la costumbre en el lugar. Todos recibieron el mismo sueldo a final de mes. «Las mujeres no se lo creían y los hombres no lo podrían soportar.», rememora. Pronto se corrió la voz de que en la finca La Soñada, ellas cobraban igual que los varones. Y chicas jóvenes, la mayoría madres abandonadas por sus maridos, pedían trabajo a Lettersen.

Hasta que un día, se presentó ante ella una comitiva de abuelas del pueblo. “Tenían unos 40 o 45 años, porque aquí tienen los hijos muy pronto”, aclara. No querían que le diese empleo a sus hijas y sus nueras. «No lo entendía hasta que me dijeron por qué. No querían que trabajasen con hombres porque se iban a enamorar y a abandonar a sus hijos. Y entendí», asiente con la cabeza mientras da una calada a su cigarrillo.

Lo que decidió Lettersen fue contratar a las mujeres más independientes y, el resto, trabajaría desde casa en la fabricación de las cremas cosméticas y ungüentos medicinales a base de plantas y productos naturales de la selva, que hoy se comercializan bajo la marca Huerto El Sauce en la tienda del espacio turístico que abrió en su finca, el Ecoparque. «Y que esos productos se vendan les hace sentir orgullosas; eso también les ayuda», afirma la empresaria.

Una de las que sí permaneció a su lado es Telemia, de 35 años. «Es mi mano derecha», dice Lettersen. Tiene a su cargo la producción de Huerto El Sauce y la coordinación de las comidas de Ecoparque, así como el pago a los trabajadores y es el contacto con la contable. Por eso cobra más que su marido, quien también trabaja en el Ecoparque.

«Las mujeres a veces tienen temor a trabajar porque las pueden reñir o golpear. Y tienen que ser valientes. Es verdad que ahora hay más hoteles y entran más al mundo laboral. Hay chicas increíbles que hacen todo tipo de tareas», afirma Telemia, quien de vez en cuando, se enfrenta a los maridos celosos que impiden ir a trabajar a sus compañeras.

Museóloga de formación e hija de jardinera profesional, Lettersten no planeaba recibir turistas. «Pero el jardín se puso bonito y nos pedían venir a verlo», relata. Ella no quería hasta que finalmente decidió abrirlo al público. «Pero tenía que ser de manera ordenada». Así nació en 2015 el Ecoparque, un espacio en el que, por 120 soles por persona (32 euros), los visitantes entran en contacto con la naturaleza, aprenden cómo crece el cacao y hacen su propio chocolate artesanal. También descubren las formas de aprovechar todas las partes del fruto, hasta la cáscara para hacer infusiones, así como las propiedades curativas y estéticas de ciertas plantas que crecen en el bosque.

«En el Ecoparque hay 2.200 tipos de árboles, entre los que hay 13 variedades maderables. Cada uno, tiene su hongo», explica Lettersten a un grupo de atentos visitantes. «Cuando llegamos aquí, no había pájaros. Y plantamos 15.000 frutales y las aves regresaron», continúa la charla. En total, ha reforestado el área con 40.000 unidades, aunque no está del todo contenta con el resultado porque cree que «están tristes». Después del recorrido que finaliza con una comida a base de productos locales y café, los turistas son libres de bañarse en el lago o adquirir alguno de los productos de la tienda, desde ungüentos medicinales y cremas corporales, hasta bolsas estampadas con mariposas como las que vuelan por el lugar.

«La mayoría de los meses cubrimos gastos, pero no todos», asegura la dueña. Lettersten tiene planes para ampliar el negocio y reforzar la protección de sus tierras. Para lo primero, ha creado la marca Huertas de El Sauce, de cuya gestión se encarga uno de sus cuatro hijos. De momento, es la que llevan sus artículos, siempre artesanales y fabricados a pequeña escala, pues no quiere estresar sus tierras. Y sueña con que otros productores del distrito se sumen a ella. «Nosotros nos encargaríamos de la distribución», detalla.

Para proteger su finca, la mujer ha solicitado el reconocimiento como área de conservación privada. «Significa que tienes que preservar la zona durante 10 años. Es beneficioso porque supone tener unas fronteras ciertas con lo que se evita que personas ajenas entren y destruyan», expone. Pinasco, que visitó el Ecoparque porque quería aprender a fabricar bombones, quedó sorprendida por el proyecto y accedió a apoyar desde su organización el proceso legal para que lo consigan.

En opinión de la directora de Ampa, que se financia con recursos de cooperación para la conservación de EE UU, sobre todo del AAF (Amazon Andes Fund), la mejor estrategia es ayudar a personas como Lettersten, «que ya están conservando el bosque» para que mejoren su productividad. «Son los que pueden contagiar a otros». Sin embargo, advierte, «la mayoría de organizaciones apoyan a los que llaman drivers de la deforestación, a quienes cultivan materias primas, para que lo hagan de forma sostenible y no continúen talando. Pero esto a veces genera incentivos perversos: hay gente que deforesta para cosechar y así recibir ayudas después para que su plantación sea sostenible».

Una de las estrategias del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en la Amazonia peruana es, de hecho, apoyar a productores agropecuarios a aplicar mejores prácticas en sus fincas, tal como explica James Leslie, especialista en la materia de la organización en Perú. El objetivo es mejorar el rendimiento de las tierras para que aumenten sus ingresos sin necesidad de ampliar áreas de cultivo o para el ganado.

Esto tiene que venir acompañado, agrega Leslie, de un cambio en los patrones de consumo en cualquier parte del mundo. «El cambio climático nos afecta a todos», alerta. «Además, si la producción de materias primas no se desarrolla de manera sostenible, sin destruir bosque, el coste ambiental acabará repercutiendo en el comprador, pues cuanto más caro sea cultivar por falta de terreno o agua, más se incrementará el precio final», apunta.

El hotel Las Hamacas, en El Sauce, ha sido recientemente reformado y ampliado. Aunque ha sufrido daños en el reciente terremoto, aspira a convertir la zona en un atractivo turístico para que ganarse la vida allí no sea siempre sinónimo de cultivo de materias primas que causan deforestación. A. AGUDO

También es muy efectivo, según los expertos, que los pueblos originarios sean oficialmente dueños de las tierras que habitan. En este sentido, el Gobierno de Perú se ha comprometido públicamente a que, en 2021, todos los territorios indígenas estarán reconocidos, titulados y a las personas se les brindará oportunidades de desarrollo. En esta tarea están involucrados desde ONG locales hasta el PNUD o el Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

Todas estas iniciativas, con diferentes protagonistas, pero con un mismo objetivo, han demostrado en San Martín que se puede frenar la deforestación y, algún día, recuperar la Amazonia que fue. Así lo cree Pinasco, aunque confiesa que es «una optimista compulsiva».

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